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DURANTE ESTA SEMANA HABLAREMOS DE  

COMUNIDADES SENSIBILIZADAS Y ARTICULADAS EN LA PREVENCIÓN DEL ABUSO SEXUAL INFANTIL: VER, COLABORAR Y ACTUAR

El abuso sexual es un problema psicosocial complejo, que involucra los derechos humanos de los niños y niñas y su integridad corporal, psíquica, sexual y moral. Trae consecuencias no solamente para los niños y niñas víctimas, sino para sus familias y las comunidades.

Prevenir su ocurrencia y evitar sus efectos adversos se convierte en un desafío para las comunidades locales comprometidas con el bienestar y derechos de los niños, niñas y adolescentes. Este desafío significa, en primer término “VER”, es decir, que los actores de la comunidad puedan sensibilizarse y reconocer el abuso sexual como una realidad posible. Es importante que los adultos de los entornos de los niños o niñas víctimas adopten un posicionamiento ético que reconozca que el abuso sexual es una situación grave, injusta e inaceptable, que genera un daño o perjuicio por la acción deliberada de un tercero.

Los actores de las comunidades deben conocer y compartir herramientas para reconocer algunas señales de alerta que permitan construir sospechas y encontrar  criterios comunes para los procesos de protección. Cuando un niño o niña devela haber vivido una situación de abuso sexual, la persona adulta que reciba el relato, desde su posición o función, debe realizar una acogida, que brinde un sentido de seguridad al niño o niña y le muestre que existen actores involucrados en su protección y cuidado y que será acompañado para poder enfrentar la experiencia vivida. Junto con esto, debe enfatizar que lo que ocurrió no es su culpa. La experiencia abusiva debe ser nombrada y validada por los adultos/as de su entorno, quienes deben protegerlo y tomar acciones para evitar que esta situación ocurra nuevamente.

Desde un enfoque de reconocimiento como víctima, un niño o niña que ha sido víctima de abuso sexual necesita ser tratado como un sujeto único, irrepetible e integral, que ha vivido una experiencia abusiva, pero que no se constituye como persona solo desde esa experiencia. Es importante que pueda ser visto más allá de la vulnerabilidad y el daño. Debe contar con una respuesta acorde a sus necesidades, lo que implica escucha, buen trato, empatía y protección. En este aspecto, las familias, las comunidades son referentes centrales para responder oportunamente y de manera sostenida.

En estas respuestas frente a la situación de abuso cobra relevancia la idea de la corresponsabilidad de los garantes de derecho para la protección y reparación del daño, lo que significa que ningún actor por sí mismo asume la responsabilidad de manera exclusiva, sino que se complementa con otros actores relevantes para el desarrollo y protección de niños y niñas, a través de estrategias de alianza y colaboración. Así, el “COLABORAR” es la segunda arista de la estrategia preventiva. Para ello es fundamental el trabajo en red, desde una perspectiva comunitaria y colectiva, articulando los diversos servicios y programas intersectoriales y territoriales que intervienen directamente con los niños y niñas víctimas de abusos y sus familias. Esto permite mejorar la eficacia y coherencia de la acción, y para brindar servicios integrales especializados a los niños y niñas, que contemplen sus necesidades en distintos niveles.  

La idea es construir circuitos de atención, que son acuerdos e itinerarios de acción que se movilizan a partir de las demandas de atención, que no pueden ser resueltas por los servicios individualmente. Es recomendable que los programas y servicios construyan protocolos de acción conjunta, lo que les permite unificar procedimientos, logrando actuaciones oportunas y coherentes; definir responsabilidades y tareas diferenciadas para cada miembro del circuito, evitando la duplicidad y la sobreintervención; y generar complementariedad y sinergia.

En este marco cobra relevancia el tercer pilar de la estrategia, que es “ACTUAR”, desplegar estrategias para la protección de los niños y niñas. Esto significa denunciar los hechos ante la justicia y facilitar que los hechos sean investigados y que, paralelamente, se adopten medidas para la interrupción del abuso y la estabilidad del niño o niña víctima. Una vez logrado ello, se hace posible un proceso de reparación del daño, en el que concurren actores del sistema de salud, justicia, educación y programas especializados, para abordar las consecuencias de la experiencia abusiva en distintas esferas de la vida. Lo central de este proceso es que los niños y niñas puedan recuperar el derecho a una vida plena, en la que pueda ejercer sus derechos y desarrollar las actividades y desafíos propios de su etapa de desarrollo, con la posibilidad de construir vínculos no abusivos y de confianza con diversas figuras de su entorno, de modo que pueda integrar la experiencia de abuso como parte de su biografía, pero que no define su vida ni su identidad.

Programas pertenecientes a la Red de Infancia y Adolescencia

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